Artículos del día 11 de febrero de 2009

¿Despido libre? ¿Sí o no?

Pájaro bobo blasfema por enésima y una vez:  Para luchar contra la explotación lo más inteligente, en el plano individual, es empezar por dejarse explotar. Si no te dejas explotar, probablemente no tendrás trabajo. Y si no tienes trabajo, probablemente lo pasarás peor que si lo tienes. Así, pues, déjate explotar. En otras palabras: be water,  my friend.

Lo importante es penetrar en el sistema de producción y aprender cómo funciona la máquina. No hacía falta, pero vino Marx y nos dijo: la máquina es del patrono, el know-how del obrero. Ahí está la clave del equilibrio o, si se prefiere, de la dialéctica capital-fuerza de trabajo,  que a la postre no debe ser fuerza de trabajo sino capacidad de pensar de manera autónoma.

En opinión de Pájaro bobo, la no explotación anterior a la explotación capitalista es peor que la explotación capitalista. De hecho, a la luz de la evolución social del ser humano,  la explotación capitalista es en cierto modo necesaria y, si se aprende de ella, provechosa. Lo más triste y negativo de la explotación capitalista no es la explotación en sí misma sino no  aprender de ella: quien no aprende no se libera y quien no se libera la perpetúa.  En nuestro siglo XXI,  el obrero que no aprende se convierte en explotador de sí mismo.

Por eso, dentro de ciertos límites y una vez cubiertas las necesidades vitales, los trabajos mejor remunerados son aquellos en los que más se aprende.

En la sociedad actual,  las relaciones laborales patrono-obrero deben mantenerse en condiciones de cierto equilibrio; siempre, claro está, con ventaja para el patrono. Si no hay beneficio no hay negocio y si no hay negocio no  hay ni modo de producción capitalista ni distribución del trabajo a la manera occidental.

Convencionalmente, el patrono se queda  con el producto material  (?)  del trabajo del obrero. El obrero recibe   a cambio un salario y lo que aprende. El salario sirve a su subsistencia; lo que aprende, a su liberación.

El trabajador que no aprende no se libera y, al no liberarse, perpetúa la explotación en sí mismo, en sus hijos y en los hijos de sus hijos.

Así habló Pájaro bobo, huérfano de guerra que aprendió a leer y escribir con diez años de edad.