Artículos de abril de 2015

UPyD o el fracaso de la lealtad

Durante bastante tiempo vi en UPyD el núcleo del partido de izquierdas que deseaba para mí como hijo de un obrero socialista y sobre todo para España vista idealmente como una sociedad madura y equilibrada.

Siempre pensé y sigo pensando que una sociedad invertebrada o mal vertebrada ideológicamente  es una sociedad desequilibrada. Y viceversa.

A mi entender, desde hace mucho tiempo España –ese país cuyos ciudadanos se avergüenzan de su nombre– carece de una izquierda que, nacida de la unión de la clase trabajadora, busca la unión y la integración solidaria de la sociedad civil.

Para mí, sin unión no hay izquierda. Tampoco mensaje social de izquierda. Y tampoco esa superioridad moral que la izquierda histórica se atribuía como defensora desinteresada de los intereses legítimos  de la mayoría social.

Si enfrenta y divide, no es izquierda; si es izquierda,  ni enfrenta ni divide, y, mucho menos, de manera permanente y permanentemente interesada.

Ahora y siempre, dividir a la sociedad civil en clases enfrentadas  es uno de los recursos capitales del capitalismo más perverso y reaccionario.

Las divisiones internas llevan a la autodestrucción.

Pero,  al parecer,  los españoles siguen sin saberlo.

La lealtad –en especial la lealtad ideológica– está mal vista. Lo que vende es la imagen televisiva.

Y, por su condición de vendedor, al político se le exige hoy un look acorde con los tiempos y, sobre todo, cintura, mucha cintura, algo que al parecer no tiene ninguno/ninguna de los/las integrantes del núcleo vasco-español de UPyD.

Cintura es precisamente lo que le sobra al ciutadà-ciudadano Rivera, el mercader fenicio de las dos lenguas y las dos nacionalidades que recorre –¡transversalmente!– los territorios de España  ofreciendo y vendiendo quincalla recuperada de la Operación Roca, aquella operación de infausta memoria ideada y organizada por Jordi Pujol, fenicio entre fenicios, mercader entre mercaderes.

Sí, sí, el ciudadano Rivera es, en mi opinión, un hijo ideológico y político, no póstumo, de aquel catalán que, al tiempo que se dejaba proclamar español del año, tramaba la destrucción de España con las armas de la perfidia y la deslealtad.

«Los tiempos cambian y las artes se perfeccionan», Miguel de Cervantes.

Esperanza Aguirre: ¿sí o sí, no o no?

Imagino que Esperanza Aguirre seguirá adelante con su proyecto,  un  proyecto unipersonal, cada vez menos secreto y cada vez menos clandestino, con visos de intriga y muy pocas probabilidades de éxito.

¿Sí o sí, no o no?

Imagino que Esperanza Aguirre es consciente de que su nostálgica evocación del Estatuto de Cataluña no le va a proporcionar votos sino que, todo lo más, la va acercar a Pilar Rahola. A la postre  tendremos una fiera corrupia en la Barceloneta, puerto fenicio del mar de la Sargantana, y otra fiera corrupia en  la Puerta del Sol, centro histórico de la España radial.

¿Sí o sí, no o no?

Imagino que Esperanza Aguirre se duele de que el proyecto económico del Partido Popular triunfe y saque a España de la crisis, porque ese proyecto es obra –¿exclusiva?– de Montoro y su equipo y ella,  la muy lianta, ni ha intervenido ni interviene en él si no es para intentar sembrar cizaña.

¿Sí o sí, no o no?

Imagino que Esperanza Aguirre no va a poder ni con la Cospe ni con Mariano y al final,  para seguir viva políticamente, tendrá que volver a repartir besos entre sus queridos  y odiados compañeros de viaje.

¿Sí o sí, no o no?

Imagino que Esperanza Aguirre es sabedora de que le quedan pocos telediarios y de que, probablemente, en uno de esos telediarios el contable Montoro o uno de sus subalternos va a anunciar lacónicamente: «Españoles, la crisis ha terminado».

¿Sí o sí, no o no?

Los españoles y el patriotismo

Ni me molesta ni me duele que haya un patriotismo español de derechas; lo que me molesta y me duele –¡profundísimamente!– es que no haya un patriotismo español de izquierdas.

Eso significa para mí, entre otras muchas cosas, que España es una nación/sociedad incompleta y enferma.

Considero que, llegado el caso, la izquierda haría bien en superar ese patriotismo o sentimiento de pertenencia por elevación, nunca  por defecto y dejación.

Parece evidente en sí mismo que el sentimiento de solidaridad humana universal es éticamente superior al sentimiento patriótico.

Mientras tanto, el patriotismo, entendido como sentimiento de pertenencia, puede/debe ser, a mi entender,  el elemento de unión de las ideologías que pugnan y conviven en  el seno de una sociedad y una nación.

Entiendo que sin  patriotismo no hay cohesión social y sin cohesión social no hay nación.

Musulmanes salafistas en Cataluña

Parece ser que hace unas tres décadas los responsables del proceso independentista catalán decidieron frenar la inmigración procedente de Hispanoamérica, tras advertir que los recién llegados reforzaban con su presencia la comunidad de lengua española en Cataluña, precisamente algo que ellos estaban decididos a combatir y, si les fuera dado, eliminar de raíz.

Entonces esos mismos responsables optaron por promover de manera oficiosa pero decidida y  sistemática  la llegada de gentes del Magreb: musulmanes jóvenes y radicales que, de acuerdo con el plan establecido, debían instalarse y se instalaron con sus familias en la mayoría de las poblaciones de Cataluña, donde, contando siempre con la protección de la Generalidad, tuvieron pronto sus centros culturales y religiosos, mezquitas incluidas,  y desde el primer momento han venido gozando de privilegios que siempre les estuvieron vedados a los españoles antiindependentistas.

Evidentemente,  el  fin último del colectivo salafista de Cataluña era y es actuar como fuerza de choque cuando sus anfitriones, los independentistas catalanes, decidan que ha llegado la hora de pasar de las palabras a los hechos.

Pero, lamentablemente para la burguesía catalana, sus huéspedes de la morería nunca pensaron así. Para ellos, los infieles son infieles; desde la frontera sur de Al-Andalus hasta la Marca Hispánica y más allá.

De hecho, en las listas de objetivos a abatir elaboradas  por los nuevos guerreros llegados del sur hay nombres catalanes –personas y entidades–, muchos de ellos con carácter prioritario y en lugar destacado.

¿Qué hacer ahora?

El PP: más allá de Rato

Cabe suponer que el PP superará el caso Rato e incluso que ganará las próximas elecciones generales gracias, básicamente, a sus éxitos económicos, terreno en el que, si nos atenemos a los resultados, tiene una clarísima ventaja sobre sus competidores directos: PSOE, Ciudadanos y Podemos.

Aun así, a mi modo de ver el PP deberá afrontar, tarde o temprano, el asunto Bárcenas,  para el que, al parecer, sigue sin encontrar una  salida o una solución.

Crear y mantener durante décadas una línea de recogida y distribución de dinero al margen de todo control legal es un delito, y ese delito es aún más grave si  lo lleva a cabo el partido que ostenta el gobierno de la Nación.

Eso es lo que ha hecho el PP y lo que –siempre en mi opinión– el PP deberá deshacer, no sólo por el bien del partido sino también y sobre todo por el bien de España y los españoles.

Acusadores y acusados: pruebas

Considero que, de acuerdo con la Ley, toda acusación y toda defensa deben basarse en la presentación de pruebas documentales.

En un Estado de Derecho, normalmente esas pruebas existen o deben existir.

Por lo general, no presentar pruebas ni en uno ni en otro caso es un acto de mala fe manifiesto, como lo es no exigirlas y, por ejemplo, convertir un  litigio en torno a una relación laboral en un pseudodebate televisivo entre tertulianos  en un clima de compadreo.

Pujalte: Presenta tu contrato de trabajo y tu nómina. Ahórrate y ahórranos explicaciones.

¿Cuántos Pujaltes, sean o no sean  doctores en economía, hay en España?