ESPAÑA: ¿TRIUNFO DE LA CONJURA?

A finales del siglo XVIII tienen lugar en Gran Bretaña los primeros de una larga y nutrida serie de avances técnicos de aplicación práctica que muy pronto abarcarán grandes parcelas de la actividad humana, incluida su organización sociolaboral, y, superando fronteras nacionales, se difundirán en amplios territorios de la Europa central y septentrional, hasta cristalizar por último en lo que el historiador Arnold Toynbee va a llamar Revolución industrial. Sigue leyendo…

Blacky

Para Ana

Look y allure de caballito de mar,

Blacky danza sobre la acera,

los ojos en un globo o una nube

que a su danzar se aleja.

 

Caballito de mar, caballito de mar,

que en el aire te elevas,

dame tu última mirada

como recuerdo y prenda.

 

La Cataluña del señor Albiac (ABC)

Leo con profunda tristeza lo que el bueno y bienintencionado de Gabriel Albiac escribe, con fecha del  pasado 31 de octubre, en ABC, diario que fue de todos los españoles, sobre la actual situación política de Cataluña y en Cataluña. Quiero entender que, al hacerlo, compara y, oh horror, en cierto modo equipara la  situación de nuestra  comunidad autónoma  con la creada por el Tercer Imperio (das Dritte Reich)  en  la Alemania de los años treinta del siglo XX.

De acuerdo con mi modo de entender y sentir los problemas de España, en la situación sociopolítica que, desde hace varias décadas, vivimos y, en gran medida, padecemos los ciudadanos de Cataluña, catalanes y no catalanes, hay muy poco de nacionalismo;  tal vez una capa superior superficial y artificial, y,  en cualquier caso, nunca lo bastante para hacer de ella no ya una nación sino ni siquiera una naciúncula.

Para vergüenza de todos, esta antigua región española –ayer comunidad autónoma, hoy suprautónoma, mañana, posiblemente, nación soberana e incluso independiente– ha pasado a ser  feudo poco menos que exclusivo de una burguesía siempre oportunista y siempre desleal que copa con sus agentes todas o casi todas las instancias de poder y representación democrática.

Personalmente entiendo que una conjura como la perpetrada por la burguesía catalana en nuestra última etapa democrática tiene mucho de furtiva o sigilosa y muy poco de nacionalista, habida cuenta que el nacionalismo es esencialmente interclasista y, dentro de sus límites, integrador, cuando aquí más de cuatro millones de ciudadanos de un total de siete millones trescientos mil (algo así como el 60% de su población) posee derecho de voto pero no de representación directa, ya que ésta ha sido asumida a perpetuidad por las formaciones políticas controladas  por la burguesía catalana de credo independentista y filoindependentista. .

En contrapartida, históricamente, el nacionalismo alemán, acaso como ningún otro, es ante todo y sobre todo militarista y es sabido que el militarismo ha sido siempre teatral y exhibicionista/narcisista, característica esta que nunca se podrá predicar ni de la burguesía catalana ni del régimen implantado por ella ni, mucho menos, de sus métodos (al menos hasta ahora).

De acuerdo con lo que veo y entiendo, aquí, señor Albiac, no hay ni nacionalismo ni, mucho menos, democracia; lo que hay es una dictadura burguesa con cierta apariencia democrática, pero con una nula o muy escasa representación de las capas inferiores de la sociedad de Cataluña; en concreto, de esas capas de la sociedad que piensan y hablan en español porque, a pesar de todos los programas de  ingeniería social implantados por la Generalidad, incluida una ominosa y delictiva inmersión en lengua catalana, continúan sintiéndose españolas.

Personalmente considero que lo que procede, ante esta situación, es acercarse a esas capas  de la sociedad de Cataluña y escuchar lo que dicen por boca de los representantes de sus asociaciones cívicas, que las hay y siguen activas. Esas capas constituyen claramente la mayoría social de Cataluña, una mayoría que, si no hubiera sido abandonada, traicionada  y enajenada, a buen seguro que hoy Cataluña no tendría un gobierno separatista que reclama  –¿democráticamente?–  la independencia en nombre del pueblo catalán.

¿El pueblo catalán? No, la burguesía catalana.

 

 

Emigrant

 

Per a Margarita

Amb Salvat-Papasseit

 

Jo sé el que és traginar sacs de carbó

amb l´esquena vençuda

en una via morta

de la Europa profunda

 

Jo sé el que és sentir a l’os

el fred nu de la tundra

i veure’s el cos nu

i veure’s la pell nua

 

Jo sé el que és regalimar

llàgrimes de runa

en un rostre sense ulls

per a la patria perduda

 

Jo sé el que és cridar a la mort

amb el no humà somriure

de qui ja no és

i no vol tornar a viure

 

Sabadell, España, 28 de octubre de 2012

 

 

LA DEPENDENCIA DE CATALUÑA: ¿ES «NEGOCI» MONTAR LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA DE UNA NACIÚNCULA?

En términos económicos, montar una administración pública propia para un estado soberano, aunque ese estado sea una naciúncula y un paraíso fiscal en la línea,  por ejemplo, de Liechtenstein, Belice, Transdniéster o las Islas Vírgenes, es como llenar con dinero –dinero del contribuyente, claro está–, no el cráter del Popocatépetl sino un abismo insondable.

Por ese motivo, unido al «tarannà» catalán, me  malicio  que lo que aquí se pretende y se busca es seguir beneficiando y trajinando de cintura para arriba al  Estado español, hoy en la  lista de morosos de Frau Merkel, física con buena  manita izquierda, hasta terminar de montar «la casa petita», ajuar incluido, utilizando para ello entera y exclusivamente el producto acumulado de las sisas competenciales de la generalidad de los sabras catalanes, llámense éstas transferencias o pagos a cuenta del pacto fiscal.

La sisa es la sisa o, como se dice por estos latifundios, «peix al cove!»

Así, pues, mal que le pese al «Avi de la cigronada», aquí vamos a tener, muy probablemente, «política de la puta i la Ramoneta» para  rato.

¿O es que el buen hombre se siente ahora tan patriota y tan solidario que va a echar mano de la «guardiola» familiar?

Los dos planos y los dos ejes del PUC (Partido Único de Cataluña)

De acuerdo con mi modo de ver y entender las cosas de Cataluña, aquí, desde la última inauguración de la democracia en España hemos tenido siempre, y también ahora, un partido único, el PUC, que, con una misma ideología de fondo pero con diferentes nombres y, aparentemente, con diferentes mensajes sociales, ha copado o poco menos la actividad pública de esta comunidad autónoma y ha controlado y controla sus instituciones más poderosas en términos políticos y económicos.

Pero, además, la burguesía catalana, propietaria exclusiva de esa gran obra de ingeniería social llamada PUC (Partido Único de Cataluña), ha tenido siempre buen cuidado en dejar un pequeño outlet, a modo de respiradero, para la disidencia de lengua y sentimiento españoles, con objeto de conservar la apariencia democrática en su feudo y no reventar el invento.

Plano y eje horizontales.

Sin embargo, en sus relaciones con lo que esa misma burguesía llama Madrid y yo quiero llamar siempre y sólo España, el PUC, tras bascular  sobre su eje horizontal,  se pliega y despliega para formar un frente unitario de desarrollo vertical.

Como no puede ser por menos, en ese frente unitario, pretendidamente nacional y abiertamente antiespañol, yo vuelvo a ver y reconocer los votos de los ciudadanos españoles que sufren la opresión y la marginación del PUC  en Cataluña y ahora, merced a una nueva instrumentalización, son lanzados como carne de cañón inconsciente e irresponsable contra el Gobierno de España, su patria.

Plano y eje verticales.

Resumiendo: dos planos, dos ejes y una conjura.

 

Cataluña, radiografía de una traición

A mediados de los años ochenta de ese siglo que ya es historia elaboré un cuadro de la situación sociopolítica de España en su conjunto y de Cataluña en particular, lo plasmé en un escrito de seis folios y se lo envié a un amigo, que, después de leerlo y darlo a leer a personas de su entorno, me contestó: “Si te lo publican, tendrás que marchar de Cataluña”.

El artículo se titulaba Cataluña, radiografía de una traición y empezaba diciendo: “Hay una conjura para destruir España”.

Evidentemente, el artículo no se publicó, pero me consta que circuló en determinados ambientes y algunas de sus ideas fueron aflorando de manera dispersa, a lo largo de los años,  en la prensa nacional. Es cierto que no abandoné Cataluña, pero también lo es que desde entonces vivo en situación de muerte civil.

La primera providencia de mis benefactores fue expulsarme del mundo laboral e intelectual, y, aunque no sé cuál será su próximo obsequio,  de momento llevo más  de treinta años despojado de mis derechos cívicos y además espiado, perseguido y marginado. No han conseguido destruir mi matrimonio y mi familia, pero lo han intentado y lo siguen intentando con los medios a su alcance, en especial con la difamación, que, impulsada por la intriga, constittuye una de sus armas predilectas. Ramón Ibero no existe ni como persona ni como ninguna otra cosa. Ese nombre no se pronuncia.

Pero, ¿qué decía el artículo o en qué consistía la conjura que denunciaba?

Antes de contestar a esa doble pregunta quiero explicar que, justamente por la misma época, cuando en el norte de España los trabucaires etarras  montaban sus belicosas algaradas,  publiqué en el Diario de Sabadell un texto en el que ponía ficticiamente en boca de un político catalán: “Aquí no habrá guerra de las banderas, seguiremos adelante con nuestra política de la puta i la Ramoneta”.

Había nacido a efectos públicos el término política de la puta i la Ramoneta, que en aquellos momentos definí como una variante de la Realpolitik alemana y en concreto como una manera genuinamente casolana  de hacer política dentro de la línea del juego a dos bandas.

Mientras tanto, la burguesia catalana, secundada por el clero regional y dirigida por Jordi Pujol y Pasqual Maragall, había puesto en marcha un plan para apoderarse de todas las instituciones públicas de Cataluña, como ya se había apoderado de todos los partidos políticos, incluido el Parlamento, con objeto de que, desde el primer momento,  aquí la política la hicieran los catalanes, sólo los catalanes, para los catalanes y los no catalanes.

Para mí estaba meridianamente claro que la burguesía catalana había estado tramando la toma del poder desde los tiempos del franquismo y desde dentro de él en espera de su hora, y su hora había llegado.

Precisamente ese plan, como conjura llevada a sus últimas consecuencias, era lo que yo denunciaba en mi artículo.

De hecho, los partidos políticos catalanes formaron siempre un solo partido, y, si en la superficie éste adoptaba diferentes nombres y asumía diferentes credos ideológicos e incluso predicaba diferentes mensajes sociales, era únicamente como trampantojo destinado a cubrir los requisitos de una democracia formal y al mismo tiempo cerrrar el paso a la comunidad de lengua española, cuya presencia en la vida pública y la actividad política, controlada implacablemente, desde dentro y desde fuera, por agentes del catalanismo militante, había que ir ahogando de manera sistemática hasta conseguir su estrangulamiento definitivo y total.

En aquellos momentos, la tarea más urgente era impedir por todos los medios que esa comunidad lingüística cobrara conciencia de su identidad y, a través de ella, de su superioridad en términos demográficos y democráticos, pues de ello dependía, en primera y última instancia, todo el proyecto nacional de Cataluña.

Por lo tanto, no debía permitirse que en Cataluña existiera oficialmente una comunidad de lengua española y sentimiento español, y, aún menos, dejar que esa comunidad contara con líderes sociales carismáticos y partidos  políticos pujantes y nítidamente diferenciados.

Lo dicho  es válido  para el Partido Popular, que entonces se llamaba Alianza Popular, y en muchísima mayor medida para el PSOE-PSC, formación  que fue objeto de un tratamiento decididamente delictivo en términos morales por parte del catalanismo oficial y muy concretamente  por parte de Pasqual Maragall y sus colaboradores.

Me permito recordar aquí que el núcleo duro y más radical del catalanismo separatista no corresponde a la burguesía financiera, instalada básicamente en CIU, sino a la izquierda intelectual y al clero. En términos políticos y sobre todo ideológicos, esa izquierda y ese clero están a la derecha, muy a la derecha de la burguesía financiera, que, como es sabido, siempre se ha mostrado dispuesta a pactar, incluso a claudicar,  para salvaguardar sus intereses. En definitiva, son tres ramas del mismo arbol; un árbol que, en mi opinión, es esencialmente burgués, no nacionalista, habida cuenta que siempre ha carecido, y sigue careciendo, de raíces auténticamente populares.

El hecho es que Pasqual Maragall, factótum del PSC, además de entregar el poder a Jordi Pujol para que éste pudiera dedicarse a “hacer país”, no ya sin  el mínimo impedimento  sino incluso con su apoyo decidido,  elaboró la maquiavélica doctrina del federalismo asimétrico, de acuerdo con el cual, como primera medida de un  proyecto de largo alcance,  Cataluña dejaría  de ser de facto una comunidad autónoma integrada en España y  pasaría a ser una nación en condiciones de igualdad.

Todo ello no le impidió seguir controlando su formación para vender como catalanes y catalanistas los votos de sus charnegos (hasta el ochenta y cinco por ciento de los votantes del PSC) y al mismo tiempo prohibir que éstos tuvieran una intervención activa, directa y realmente representativa o democrática en la política catalana.

A mi modo de ver, la acción de Pasqual Maragall y sus adláteres constituye una las maniobras más perversas de la historia política no sólo de España sino incluso de toda Europa.

Mientras tanto, el separatismo institucionalizado siguió adelante con su plan, pues, de una parte, fue cerrando progresivamente las puertas de Cataluña a todo lo procedente del resto de España, al tiempo que blindaba  una inmersión en lengua catalana abiertamente anticonstitucional e incluso delictiva, y, de otra parte, avanzaba en la colonización de España, ocupando con agentes  propios resortes de poder y enclaves de valor estratégico, desde los medios de comunicación hasta Hacienda, sin olvidar el Ejército, al que tras la fallida intentona de Tejero había dejado de temer por considerarlo inoperante a efectos prácticos.

Ahora sabemos que lo que los separatistas quieren no es una independencia de cuño convencional sino una independencia a la medida, de acuerdo con la cual los españoles no podrán ocupar cargos de rango superior en las instituciones de Cataluña, mientras que, por el contrario, los catalanes podrán moverse libremente por todo el territorio español y asumir responsabilidades  en sus  medios de comunicación, en sus instituciones e incluso en parcelas tan sensibles para la estabilidad del Estado como la Judicatura, la Hacienda y el Ejército.

El objetivo último de los separatistas catalanes, más allá de la soberanía compartida,  es la colonización  y el sojuzgamiento de España.

Para mí como español, esa es la traición y esa es la conjura.

Cataluña: fraude y expolio

Los separatistas hablan de expolio de Cataluña por parte de España,  cuando en realidad esos separatistas están consiguiendo  que  España financie  la independencia de Cataluña mediante la «política de la puta y la Ramoneta». En mi opinión, eso es a la vez fraude y espolio.

El empresario que soñaba números

Al regreso de su viaje por la Europa continental, viaje de juventud con algo de grand Tour burgués y decimonónico, Mario Sinaloha recaló en Barcelona, a la sazón capital del libro impreso de todas las Españas. Poco después –otoño de 1969– entró a trabajar en una editorial a la que iba a dedicar en exclusiva los treinta años más fructíferos de su vida.

El propietario, un señor de edad imprecisa entregado en cuerpo y alma a la mística del trabajo, había iniciado su actividad, medio siglo antes, con un diminuto taller tipográfico y a fuerza de tesón y sacrificio había conseguido crear un pequeño gran imperio, una especie de holding familiar, autárquico y anárquico en su funcionamiento, con algo así como media docena de empresas, todas del mismo ramo y, claro está, todas dirigidas o, al menos, controladas personalmente por él.

En la editorial, con sus incontables ramificaciones y sus múltiples tareas, Sinaloha encontró pronto un campo idóneo para poner en práctica sus conocimientos y, por descontado, para acrecentarlos. Y lo hizo. Abandonó o, si se quiere, postergó de buen grado sus aspiraciones de escritor en primera persona y se concentró de lleno en la letra menuda de sus variados y siempre anónimos cometidos.

Sinaloha trabajó y aprendió; y, sorprendentemente, cobró por trabajar y aprender.

El empresario se mostró siempre muy generoso con él, pues le remuneró muy por encima de lo establecido en el mundo editorial y, transcurrido algún tiempo, le honró con su amistad, la amistad de un genuino selfmade Man que, con grandes intereses y grandes problemas económicos, buscaba afanosamente el consejo de una persona leal.

Esa persona, ademas de ser casi veinte años más joven que él, carecía de formación académica como economista. Si se defendía en el manejo de los números era gracias a una intuición deudora de fuertes atavismos.

Pero lo cierto es que, gracias al favor del buen editor, Sinaloha no sólo pudo proporcionar a sus hijos una formación intelectual de cuño europeo, con frecuentes estancias en el extranjero, y por eso mismo esencialmente libre de localismos empobrecedores, sino que también ayudó a su señora esposa a buscar y encontrar una identidad más exigente consigo misma y, en consecuencia, más gratificadora.

Simultáneamente, Sinaloha, aferrado a su escritorio, leyó tanto como tres o cuatro personas juntas en el curso de sus vidas y se hizo con habilidades intelectuales equivalentes a las de otras tantas. Sin darse cuenta, incluso a pesar suyo, acabó por convertirse en un hombre rico o casi rico en pecunia pero sobre todo en eso a lo que se llama convencionalmente cultura.

Una mañana, Mario Sinaloha, ya en sus cincuenta, se levantó y cayó en la cuenta de que era un archivo.

Con el paso del tiempo, el empresario, más padre y patriarca que amo y patrono, empezó a confiar a su leal colaborador información de diversa índole, siempre relacionada con su emprea de empresas, hasta que hizo de él algo así como un consejero o asesor personal. Entonces Sinaloha supo que, si la organización del complejo empresarial era individual y globalmente caótica, su situación económica respondía a esa misma línea. De hecho, casi todas las empresas carecían de un control financiero permanente y eficaz. Por fortuna, el buen hombre poseía un valiosísimo fondo artístico-editorial en el que abundaban las obras firmadas por artistas tan cotizados como Miró, Bacon, Sutherland, Torres-García, DeKooning, Lichtenstein, Rauschenberg, Rothko, David Hockney, Tàpies y, en los primeros tiempos, el mismísimo Pablo Picasso. Era su última gran baza. Y así lo decía a menudo, incluso citaba cifras.

Sinaloha, siempre a la escucha, se puso a ordenar los datos que le iban llegando hasta procurarse un cuadro del holding tan completo y detallado como le fue posible: actividades, ingresos, gastos y, sobre todo, déficit total y déficits parciales por unidad empresarial y ejercicio. Su objetivo era sencillamente identificar, situar y cuantificar todos y cada uno de los agujeros que formaban el gran agujero. Los números rojos se imponían claramente, pero con habilidad y paciencia tal vez se podría invertir la situación.

Por eso, cuando, finalmente, el buen empresario preguntó a su colaborador qué le parecía todo aquello, qué se podía hacer y cómo, éste no dudó en contestarle que, a su entender, la cosa tenía remedio, pues había elaborado un plan…
–¿Un plan?
–Sí, un plan, un plan con dos variantes…
–Cuente, cuente.

Inmediatamente, Sinaloha echó mano del papelito en el que tenía el esquema de su plan táctico-estratégico y explicó a su señor patrono que, una vez identificadas y separadas las unidades de producción deficitarias y las unidades de producción rentables a fin de evitar contagios y metástasis, había que cuantificar el agujero y, acto seguido, elaborar un plan de saneamiento por sectores y etapas: cantidades concretas y plazos concretos.
–Considero que en cinco años la situación de la empresa en su conjunto habrá cambiado.
–¿Está usted seguro?
–Segurísimo. Siempre que se mantenga la disciplina y se hagan las cosas bien. Además tenemos una segunda posibilidad…
–Diga, diga.
–Podemos dejar las cosas tal como están y limitarnos a coger una empresa, la más rentable potencialmente y la más sencilla de reflotar, y reflotarla. Después otra, y otra, y otra…
–Eso es muy ingenuo.
–Tiene usted razón, es muy ingenuo, pero el caso es que funciona o, al menos, puede funcionar, debe funcionar. Yo lo he ensayado en mi parcela, y el resultado ha sido sorprendente. Además, no hay que hacer ninguna inversión, todo es cuestión de reestructuración y contabilidad.
–Entiendo. Si es así, lo estudiaré y le diré algo. Aquí, lo de la contabilidad nadie ha conseguido arreglarlo. Directores y jefes de cuentas han fracasado. A lo mejor con su método…

Sinaloha siguió con sus deberes –leer, informar, corregir, escribir, traducir—, hasta que un día le llamó por teléfono su jefe.
–Estoy en casa, el médico me ha prohibido terminantemente que siga trabajando, pero no puedo apartar mi cabeza de la empresa…

Aquellas palabras dejaron muy preocupado a Sinaloha. Todo venía a indicar que el hombre estaba definitivamente fuera de combate, al tiempo que la situación financiera de la empresa familiar se había complicado peligrosamente. A partir de entonces, las llamadas del empresario a su colaborador se fueron espaciando progresivamente, mientras su voz sonaba cada vez más distante y apagada. Hasta que un día, a eso del anochecer, sonó el teléfono.
–Diga…
–¿Señor Sinaloha?
–Sí, dígame.
–Mire, le llamo porque no puedo dormir, somio números, sueño números, números, muchos números, todo números, sólo números…

El buen empresario, ya anciano, se sentía acosado por legiones de números que para él eran legiones de demonios; demonios rojos, claro está.

Ahorradores y brokers

De acuerdo con el modelo tradicional, un ahorrador es básicamente alguien que va depositando durante años y, dentro de sus  posibilidades, con cierta regularidad pequeñas cantidades en una libreta para después hacer frente a los más que probables apremios de la vida, incluida la vejez, con el dinero acumulado.

Por su parte, un broker es esencialmente alguien que opera con dinero o, dicho crudamente, especula con él; un dinero más ajeno que propio, siempre intangible, casi irreal, pero aquí y ahora, utilizado a la vez como valor de uso y valor de cambio.

El broker compra y vende dinero con dinero. El negocio está en la sisa, que por regla general es infinitamente más que la merma.

A mi modo de ver, uno de los má graves «errores» humanos de las entidades financieras en los últimos tiempos ha consistido en tratar de convertir dolosamente a un sinnúmero de modestos ahorradores en brokers, cuando les constaba que éstos ni lo querían ni lo habían solicitado ni tenían suficientes conocimientos para ello.

Es evidente que la especulación financiera no responde ni a la mentalidad del pequeño ahorrador ni al tradicional  espíritu social de las entidades de ahorro.  (Nombre inicial de casi todas ellas: Caja de Ahorro y Monte de Piedad.)