El raposo de Zaratustra busca pareja
De vuelta a la madre Naturaleza: Zurück zur Mutter Natur
Una mañana de julio aderezada con olores y promesas de felicidad, a poco de amanecer, Menschenfreund, el raposo que desde hacía dos años vivía y convivía con Zaratustra en la cueva, en los senderos, en el arroyo y en el monte de la oración, captó el rastro de una hembra de su misma especie y, siguiéndolo y persiguiéndola, se adentró en la espesura, sin que su amo, apercibido del trance, hiciera gesto o amago de impedirlo o detener a la criatura. Por el contrario, le deseó buena suerte, muchas noches de luna, numerosa prole y protección divina, pues, como ya le había explicado en varias ocasiones de palabra, y también con muecas y aspavientos, los tiempos actuales no son propicios para un animal que quiera vivir su animalidad en libertad, ni siquiera allí, en aquel rincón del mundo, otrora cándido y primigenio, conocido con el nombre de las Batuecas.
Al verlo correr jadeando, trocha arriba, Zaratustra se alegró de corazón por su pupilo y así se lo hizo ver y saber al Sol, astro rey y divinidad de la luz y el calor, puesto que, tan pronto como subió al monte que era su santuario matutino y vespertino, abrió los brazos a modo de aspas, clavó los ojos en el horizonte y luego, mirando a Oriente, declamó con voz de salmodia: «Yo, animal de la especie humana e inhumana de los humanos, te saludo y, amén de darte las gracias por tu luz y tu calor, te pido que protejas a esa criatura que, después de servirme fielmente durante dos años con sus días y sus noches, ha seguido la llamada de la sangre y el bajo vientre. Protégela y dale su merecido». Y al momento, a Zaratustra, demente, vidente y creyente, le fue dado contemplar extasiado cómo el Sol, astro rey y divinidad de la luz y el calor, alcanzaba el cénit de su carrera y, en un instante ajeno al tiempo, brillaba con intensidad gloriosa y agradecida complicidad. Concluidos éxtasis y acto de agradecimiento, Zaratustra bajó del monte, se dirigió al arroyo y, como cada mañana de cada día del año, se bautizó en sus aguas puras y purificadoras: tre veces de cintura para abajo, tres veces de cintura para arriba.
Cuando labradores, gañanes y pastores se enteraron por mediación de don Francisco, mensajero evangélico de buenas y malas nuevas, de que el raposo del teutón se había echado al monte en busca de pareja se entristecieron, ya que el animal se había hecho querer y respetar durante su vida en cautividad humana y ahora, en el monte, corría peligro grave de morir en la boca de un lobo o un mastín, si es que no daba con sus huesos en la trampa de un cazador furtivo. Y, movidos por el cariño y la compasión, se lo hicieron saber a su amo para que, si volvía, no lo dejara escapar de nuevo. Pero, ¿hay alguna criatura salvaje de dos o de cuatro patas que, en oyendo la voz de la sangre y el bajo vientre, quiera seguir viviendo sin caricias y sin libertad?
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