Parto del convencimiento dolorosísimo e irreductible de que todas las acciones que integran en estos momentos la actividad política de nuestros queridos y siempre desleales separatistas tienen por uno de sus objetivos capitales destruir España y hacerla desaparecer del mapa, junto con su nombre.
Ni España ni españoles ni idioma español.
Con este país y el castellano va que arde. El español para los hispanos.
A estas alturas de la película es ya un hecho cierto y evidente que los separatistas tienen un plan para destruir España, mientras que los españoles no tenemos un plan ni para destruir Cataluña ni para hacer frente de manera activa a la situación generada por esa amenaza hoy más que amenaza.
Y, como no podía ser por menos, la amenaza ha ido creciendo y ganando fuerza.
No menos cierto pero también mucho menos evidente es que los procedimientos empleados por nuestros separatistas están emparentados, aunque sólo sea por puro atavismo, con las malas artes, nunca con la lucha en campo abierto, lo que les ha permitido hasta ahora negar los hechos, llegar a donde han llegado y seguir adelante, siempre de añagaza en añagaza, de trampa en trampa, de subterfugio en subterfugio, de traición en traición, de intriga en intriga. Y de desmarque en desmarque.
De hecho -y siempre en mi opinión-,
los separatistas mienten,
los españoles sabemos que mienten,
ellos saben que nosotros sabemos que mienten,
y, aun así, los separatistas mienten
y, si Dios no lo remedia, probablemente seguirán mintiendo.
Para mí, los separatistas mienten de manera sistemática,
incluso cuando dicen la verdad.
¿Por qué?
Pues sencillamente porque su intención es siempre engañar
y, por supuesto, siempre sin derramamiento de sangre,
nunca a pecho descubierto,
hasta la Proclamación de su República y el día después.
Entonces ya veremos.