Entiendo que España y los españoles están sometidos desde hace varias décadas a tres formas básicas de catalanización progresiva e inexorable. Con un poco de imaginación, las dos primeras pueden explicarse aplicando el análisis, convenientemente adaptado, que Karl Marx hace del ser humano en la historia, campo en el que, según el judío de Tréveris, éste actúa -¿simultáneamente?- como sujeto y objeto, toda vez que, de una parte, la vive y, al vivirla, la crea y escenifica, mientras que, de otra parte, es materia esencial de la historia entendida como estudio y conocimiento empírico.
El ser humano como sujeto de su Dasein en cuanto vivencia y objeto de su actividad cognitiva en cuanto cosa pensada (gedachte Sache).
La tercera forma de catalanización de España y los españoles tiene, a mi entender, una interpretación cabal en la doctrina de Antonio Gramsci sobre hegemonía de las clases dominantes, toda vez que el plan -¡la conjura!- del secesionismo catalán en su última etapa, o sea, la que arranca de la llamada transición democrática y llega hasta hoy mismo, sigue siendo esencialmente un movimiento burgués y sólo en apariencia y a guisa de disfraz pretendidamente legitimador un proyecto nacional o nacionalista.
De hecho, en él no hay espacio para la masa obrera ni siquiera como coartada o elemento decorativo por la sencilla razón de que la masa obrera aquí residente ni es catalana ni se siente catalana ni es tenida por catalana a efectos democráticos. (Véanse las elecciones autonómicas y estúdiese el desglose social de sus votos).
En definitiva estamos ante un movimiento supranacional dirigido y protagonizado por élites burguesas que, al tiempo que exigen la independencia de Cataluña por medios ilícitos y, sobre todo, con fines contrarios a los intereses y los derechos de la sociedad en su conjunto, se han propuesto parasitar progresivamente las instituciones del Estado anfitrión hasta monopolizar la gestión de sus resortes de poder y sus instancias de representación democrática, desde la economía hasta los medios de comunicación, desde la Generalidad y el Parlamento autonómico hasta los partidos políticos, para controlar ipso facto la sociedad civil, que es su objetivo capital.
La primera forma de catalanización se inicia en el momento en el que los separatistas catalanes empiezan a protagonizar, dirigir y condicionar la actividad política y social de España y los españoles, sin dejar de promover, de manera más o menos encubierta, siempre desleal, la segregación de esta región española, que, de acuerdo con su programa de ingeniería sociopolítica, deberá ser sucesivamente una comunidad autónoma con estatuto, una nación sin estado y, por último, una república independiente.
En la segunda forma de catalanización, programáticamente posterior a la primera y consecuencia poco menos que obligada de ella, vemos que Cataluña y los catalanes se han convertido en objeto prioritario de las preocupaciones de los españoles por sus ataques, siempre dolosos e insolidarios, a la unidad y la integridad territorial de España, así como a la convivencia de sus ciudadanos, dentro de un plan táctico-estratégico basado en la intriga permanente.
Tras la muerte de Franco y la extinción del franquismo como régimen político e ideología, los españoles queríamos dejar definitivamente atrás la guerra civil con todas sus secuelas y construir un país moderno en convivencia, mientras que para los separatistas ese momento fue el punto de partida de un plan que en última instancia buscaba y sigue buscando la destrucción de España y su posterior parasitación por parte de élites burguesas mayoritariamente catalanas.
Está por ver si, de acuerdo con el programa elaborado por los secesionistas y sus aliados de una presunta izquierda radical y/o anarcoide, la parte, que es Cataluña, terminará devorando al todo, que, según su hoja de ruta, ya no será España ni se llamará España.
En cualquier caso, los separatistas catalanes quieren un tipo de independencia de acuerdo con la cual Cataluña será soberana e independiente de España, mientras que España, tras perder su soberanía y sus estructuras de Estado, pasará a depender de Cataluña. En ese supuesto, los catalanes serán a la vez ciudadanos catalanes y españoles de pleno derecho, en tanto que los españoles serán sólo ciudadanos españoles y, en consecuencia, les estará prohibido terminantemente ocupar cargos de cierta relevancia y responsabilidad en la Administración pública de Cataluña, cosa que, por cierto, ocurre ya ahora.
La tercera forma de catalanización, síntesis de todas ellas, mencionadas o no mencionadas aquí, está teniendo lugar en el ámbito de la comunicación verbal y la actividad sociopolítica.
Dada su autoconciencia de minoría perseguida y oprimida, los separatistas catalanes han venido utilizando su lengua a lo largo de los tiempos no sólo como medio de comunicación sino también de ocultación. Por eso, sus mensajes constan por lo general de una parte explícita y una parte implícita o sobreentendida (Tu ja m’entens). Así ocurre sobre todo en el ámbito de la política, donde domina la encriptación de los discursos merced a un baile continuo que va de la elipsis a la ambigüedad pasando por el equívoco.
Últimamente, todos hemos podido comprobar que las continuas llamadas al diálogo formuladas por los representantes de la Generalidad eran en el fondo burdas y conocidas estratagemas para eludir la mención de la Ley y, en última instancia, su cumplimiento.
Diálogo = negociación = transacción = fraude de ley = invalidación de la Constitución española = declaración de la República de Cataluña = imposición de la legalidad catalana = fin de España.
Estamos ante modos de hablar y actuar caracterizados por la aversión a la transparencia y el apego -¿patológico?- a formas de deslealtad institucional tan denigrantes como inadmisibles. ¡Palabra de rey!
Y, a propósito, ¿cómo se dice deslealtad en catalán?